jueves, 9 de agosto de 2012

Qué opina la Iglesia sobre las olimpiadas


Comunicado de Prensa

Agosto 5 de 2012

Millones de personas en el mundo están siguiendo los juegos olímpicos de Londres;
ciertamente el tiempo dedicado, los motivos e intereses son muy variados. Las olimpiadas no
deben ser un simple pasatiempo ni mucho menos un distractor de nuestras responsabilidades;
miremos más allá del interés comercial y mediático para descubrir algo valioso para nuestra vida.
El sano esparcimiento ya le da a la vida un respiro en medio de preocupaciones y cansancio, más
cuando varias familias en diferentes regiones viven la inseguridad, la violencia y la confrontación
casi de manera permanente.

Desde el deporte, las olimpiadas congregan cada cuatro años a miles de jóvenes que
atraen las miradas de todo el mundo. ¿Cómo llegan estos jóvenes a las olimpiadas? El atleta
tiene que recorrer todo un camino de aprendizaje, de esfuerzos, ejercicio y renuncias, de poner
orden en su vida, de aprender de los demás y dejarse ayudar por sus entrenadores y guías; una
escuela donde aprende a reconocer sus propias limitaciones para superarlas y sus capacidades
para desarrollarlas. El encuentro e intercambio con otros jóvenes, que también anhelan superarse,
estimula y sostiene en el ejercicio cotidiano, da motivos para cuidar su alimentación y abstenerse
de adicciones; así se preparan para competir acatando las reglas y esforzándose por dar lo mejor
de sí mismos.

En las Olimpiadas no se requiere mucho esfuerzo para constatar que sí es posible expresar
y compartir verdaderos valores más allá de las diferencias culturales, políticas, ideológicas,
económicas y religiosas; los atletas saben que las medallas no son para todos pero disfrutan
como el logro más valioso constatar que mantienen su nivel o superan su marca; nos sorprende
ver lo que los jóvenes son capaces de lograr. Una verdadera escuela de valores para todos, pero
especialmente para los niños, adolescentes y jóvenes que quieren realmente superarse y realizarse
en la vida.

Las olimpiadas nos muestran que el deporte, como toda actividad humana orientada a
la superación y a la realización requieren de trabajo diario, perseverancia y privaciones; así se
convierte en un espacio de encuentro estimulante, de intercambio, de convivencia pacífica y de
unidad más allá de las diferencias. Cuánto mejoraríamos en la familia, en la escuela, en la política
y en cada comunidad si recogiéramos esta enseñanza de las olimpiadas; ciertamente dejaría más
beneficios para todos, resultaría más económico a la sociedad promover el deporte y construir
canchas para los adolescentes y jóvenes que mantener y tener que construir cada vez más
cárceles. El deporte siempre ha sido un medio eficaz para la salud física y mental.

La vida es como una verdadera olimpiada en la que todos estamos llamados a competir; la
familia y nuestra comunidad son el lugar de aprendizaje y de preparación. En la vida nadie puede

mejorar ni superarse sin esfuerzo ni sacrificio; es el mensaje del Señor: “el que quiera venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc. 9,23). El seguimiento de
Jesucristo siempre orienta y pone en orden toda la vida, exige esfuerzo y perseverancia pero la
superación y realización de toda persona es segura.

Con mi saludo y bendición para todos.

+ José Luís Chávez Botello
Arzobispo de Antequera Oaxaca

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